Desde que era pequeño he tenido un trato especial con los bosques, ríos, las montañas... lo natural en definitiva. El entorno, fundamentalmente de las serranías castellanas, ha sido mi casa, pero además del respeto y admiración automáticos que tengo hacia él, uno conserva en algún lugar de la mente, algo de los sueños de la infancia, de bosques encantados, árboles que se mueven, de duendes, hadas... y muchas veces uno se ha sorprendido buscando por los neveros la huella de algún yeti, un viejo roble que eche a hablar en el bosque, una bella hada o un troll.
Hasta que los años y la ausencia van difuminando ilusiones y dejando sin valor el chasquido de las ramas, el bramar de los bosques al viento, y cualquier otra señal susceptible de algo animado y no animal...
Hasta que una tarde te ví. Inicio de los calores del estío, pero en la sombra intensa de un bosque denso de los que aún guarda la serranía. Una luz. Brillante y fría en medio del bosque. Forma de mujer. De gran mujer. Desde luego una gran hada de alguna clase, más allá de mi conocimiento. Clara, brillante, no cegadora pero con un matiz de brillo eléctrico de relámpago frío, el peligro y la belleza, puro hechizo. Y de allí te quedaste en mi cabeza. En mis sueños, mis sueños diversos... serenos, tibios, intensos, crueles... y de ellos a la realidad en la que te me apareciste, como un flashazo de carne y hueso.
Un lugar menos místico que aquel bosque, pero eras tú. La llama en la oscuridad. Esos ojos. Esa mirada. La misma mirada. Inconfundible. Esa mirada: existes.
Desde entonces te sigo y te encuentro y te pierdo y te encuentro a pesar de que estás, de que sigues ahí. Me esquivas, me requiebras, te pierdo y me pierdes. Veo que me pierdes pero no puedo parar de perderme buscándote, te quiero, te quiero, te adoro y te querré y te buscaré porque ya te busqué por medio mundo hasta que claro que existes y estás ahí y por asfalto o por bosque no pienso parar hasta que me desintegre o nos desintegremos o que nos creemos ¿Me lees, pequeña hada o ángel o demonio? Que eres el cóctel de todo lo que me gusta, la perdición y salvación, la carne y el alma, el relámpago y la fraga, el hielo y la llama, y que te quiero del todo absolutamente
domingo, 1 de abril de 2018
viernes, 9 de marzo de 2018
Ábregos
Los cielos han decidido abrirse a la primavera, al océano echarse encima de la Península Ibérica en forma de esos vientos vitales, sostenidos, cargados de humedad que son los ábregos del suroeste. Las borrascas en sucesión se nos han venido encima estampándose una vez más como oleadas, sobre toda la fachada atlántica ibérica, las partes altas de la mediterránea, y por supuesto con intensidad incrementada sobre todas las áreas de montaña, que son bastantes por suerte.
Las nieves se han fundido en las zonas bajas,
han crecido en las zonas altas, los ríos han retomado sus caudales, las
torrenteras y arroyos secos han vuelto llevar agua, y los brotes de los campos
han cogido la fuerza que este año parecía faltarles. La época es la perfecta,
justo antes de que los árboles empiecen a mover savia, los pajarillos a piar y
en definitiva, todos los ecosistemas, cortijos y cortijillos vitales a
despertarse.
La situación de la Península Ibérica, justo
centrada sobre la banda denominada de clima mediterráneo, y en su extremo, pegada
a la enorme masa oceánica atlántica, hace que las oscilaciones entre los climas
húmedos y fríos del norte de europa y los cálidos y secos del sur, sean claves
para determinar su naturaleza, y todas las actividades e interacciones del
hombre con la misma. Estos vientos, los ábregos, son seguramente la expresión
más clara de estas oscilaciones climáticas que hacen pendular la mayor parte de
los climas ibéricos entre la humedad y la sequía, entre el vergel y el
secarral, la selva y el desierto.
Así, entre los climas más europeos de la
franja cantábrica, con su humedad perenne y sus frondas de robles, hayas,
fresnos y sus prados siempre verdes, pasando por las mesetas, y los climas del
sur, más extremos, con sus cuasiselvas como las de Grazalema, y las cornisas
mediterráneas, que a sotavento de estos vientos atlánticos, son mucho más
secas, hay todo un abanico de climas, sistemas montañosos, altitudes,
orientaciones diferentes, que hacen de la Península Ibérica un mosaico natural
único en el mundo.
Y son estos vientos cargados de humedad, el
contrapeso a los calores del verano, una vez que la corriente de vientos
húmedos se aleja hacia el norte de Europa, los que regulan el pulso de toda
esta riqueza.
Así desde las cordilleras Cantábrica y
Pirenaica, pasando por las mesetas y los sistemas montañosos Central, Ibérico,
Montes de Toledo, Sierra Morena, Sierra Nevada y todas sus ramificaciones
locales, se extienden diferentes variedades climáticas, desde donde el almendro
florece en enero hasta donde lo hace en abril, los robles que folian en marzo y
los que lo hacen en junio, más tarde que las hayas de los Alpes, y todo
dependiendo de las altitudes, orientaciones, más hacia el océano o no.
Los años secos, si faltan estos vientos, los
años húmedos y fértiles, cuando los hay. Las cosechas, los pastos, los ríos,
los embalses. Las migraciones de las grullas a los pastos de Extremadura en
invierno desde el norte de Europa. Todo está condicionado al mayor o menor
aporte de humedad que traen estos vientos del suroeste. Aunque también haya
precipitaciones al margen de este régimen, muy importantes las de vientos del
norte en el Cantábrico, las gotas frías de Levante, o las tormentas del verano
que aparecen, como las setas, de forma más irregular y local, el gran peso de
las precipitaciones, del agua, de la vida en la Península, depende de esta
componente de ábregos en la estación húmeda.
Este fundamento natural del compás vital
ibérico ha sido y es determinante en el desarrollo de la vida, costumbres,
cultura de los diferentes pueblos que cohabitamos esta Península, unido a la
geografía, la disposición de los sistemas montañosos, y todo tipo de
particularidades que hoy dejo apartadas pero de enorme importancia local.
Han vuelto los ábregos, y eso significa
alegría. Alegría con el cielo gris, aunque desde los centros de las ciudades no
nos demos cuenta a veces de su importancia. El agua que bebemos, depende de
ellos. El verde y las flores de los campos de esta primavera, la vendimia del
otoño, el huerto de tu pueblo, las camadas, puestas y crías de los conejos, de
los azores, de los vencejos, los búhos y los alimoches depende de ellos.
martes, 6 de marzo de 2018
Euskal Herria
Euskal
Herria
Tenía que haber en este blog una entrada
mostrando directamente mi respeto y admiración por el pueblo del norte, Euskal
Herria, pais vasconavarro o como se quiera llamar. Lo importante era lo que
lleva dentro.
Además empiezo esta entrada comentando que,
aunque he viajado mucho y ya conocía… pues la verdad… toda la España peninsular
menos el País Vasco y Navarra, con 17 años, en una conversación en casa comiendo
solté la frase que ahora detesto “yo nunca iré al País Vasco que son todos
etarras” y entonces fue mi madre la que me espetó muy seria un “no puedes
hablar de lo que no conoces”. La verdad es que ese “zas en toda la boca” se me
quedó bien grabado… pero seguí sin ir al País Vasco. En mi cabeza permaneció
aquello que el ambiente mediático hace creer a todo el que, efectivamente, no
conoce.
Así con 22 años había pisado todas las
provincias de España… menos las del País Vasco y Navarra. Entonces por la
orientación y la montaña me empecé a acercar a ese pueblo, su gente, y no solo
“al verde” y las vacas. Mi padre es gallego y sí conozco el verde desde pequeño
y es algo distinto. Y lo que descubrí trastocó mis ideas totalmente. No
solamente no todo era ETA sino que conocí gente sincera, trabajadora, poco
cotilla, poco escandalosa, que va a lo suyo y que hace las cosas porque le sale
verdaderamente de dentro, menos para la admiración externa. Que respetaba
enormemente la naturaleza, que no tiraba ni un papel al suelo. Conecté con
ellos totalmente y los años y mis experiencias lo corroboraban. Los hechos se
impusieron a lo mediático.
Tendría ya muchas anécdotas de momentos compartidos
con la gente del norte, pero escribiré
solo la última. Este verano en el Pirineo aragonés. El primer día de ruta me
había cargado la suela de mis botas de invierno (pretendía antes de cruzar a
Francia subir al Monte Perdido y al Vignemale que conlleva cruzar posiblemente
el mejor de los glaciares que queda en el Pirineo) unas Scarpa que no había usado
en 7 años, y las dos suelas se me rompieron antes de salir del bosque, por lo
que ya una vez en el refugio de Góriz mi idea era pasar a Francia directamente.
Hay que decir que ambos son picos de más de 3.000 metros de piedra, nieve y
hielo incluso en verano. Con las suelas en ese estado me podía permitir cruzar
collados de 2000 metros por sendas, pero no subir por cresteríos de piedra a
3000 y pico donde además el tiempo cambia más rápidamente. En Góriz me
encuentro entre otros con un chaval de Pamplona, al que no conocía de nada, y
al comentarle lo sucedido y mis planes, respuesta inmediata: “Yo tengo el mismo
número. Si quieres te dejo mis botas y subes al Perdido”. Lo agradecí
enormemente pero lo rechacé. Lo importante era el gesto, suma y sigue. Mis fuerzas
no me permitían el subir y bajar un 3000 y luego continuar el pasar a Francia
con las botas a punto de romperse.
Es obvio que sigo condenando la violencia
etarra, todo tipo de violencia terrorista, y también todo el daño extensivo que hizo lo mediático
con ella.
Con el paso de los años las cosas socialmente han
cambiado y vamos en una dirección convergente hacia la convivencia pacífica.
Eso será lo que yo creo y espero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)