Euskal
Herria
Tenía que haber en este blog una entrada
mostrando directamente mi respeto y admiración por el pueblo del norte, Euskal
Herria, pais vasconavarro o como se quiera llamar. Lo importante era lo que
lleva dentro.
Además empiezo esta entrada comentando que,
aunque he viajado mucho y ya conocía… pues la verdad… toda la España peninsular
menos el País Vasco y Navarra, con 17 años, en una conversación en casa comiendo
solté la frase que ahora detesto “yo nunca iré al País Vasco que son todos
etarras” y entonces fue mi madre la que me espetó muy seria un “no puedes
hablar de lo que no conoces”. La verdad es que ese “zas en toda la boca” se me
quedó bien grabado… pero seguí sin ir al País Vasco. En mi cabeza permaneció
aquello que el ambiente mediático hace creer a todo el que, efectivamente, no
conoce.
Así con 22 años había pisado todas las
provincias de España… menos las del País Vasco y Navarra. Entonces por la
orientación y la montaña me empecé a acercar a ese pueblo, su gente, y no solo
“al verde” y las vacas. Mi padre es gallego y sí conozco el verde desde pequeño
y es algo distinto. Y lo que descubrí trastocó mis ideas totalmente. No
solamente no todo era ETA sino que conocí gente sincera, trabajadora, poco
cotilla, poco escandalosa, que va a lo suyo y que hace las cosas porque le sale
verdaderamente de dentro, menos para la admiración externa. Que respetaba
enormemente la naturaleza, que no tiraba ni un papel al suelo. Conecté con
ellos totalmente y los años y mis experiencias lo corroboraban. Los hechos se
impusieron a lo mediático.
Tendría ya muchas anécdotas de momentos compartidos
con la gente del norte, pero escribiré
solo la última. Este verano en el Pirineo aragonés. El primer día de ruta me
había cargado la suela de mis botas de invierno (pretendía antes de cruzar a
Francia subir al Monte Perdido y al Vignemale que conlleva cruzar posiblemente
el mejor de los glaciares que queda en el Pirineo) unas Scarpa que no había usado
en 7 años, y las dos suelas se me rompieron antes de salir del bosque, por lo
que ya una vez en el refugio de Góriz mi idea era pasar a Francia directamente.
Hay que decir que ambos son picos de más de 3.000 metros de piedra, nieve y
hielo incluso en verano. Con las suelas en ese estado me podía permitir cruzar
collados de 2000 metros por sendas, pero no subir por cresteríos de piedra a
3000 y pico donde además el tiempo cambia más rápidamente. En Góriz me
encuentro entre otros con un chaval de Pamplona, al que no conocía de nada, y
al comentarle lo sucedido y mis planes, respuesta inmediata: “Yo tengo el mismo
número. Si quieres te dejo mis botas y subes al Perdido”. Lo agradecí
enormemente pero lo rechacé. Lo importante era el gesto, suma y sigue. Mis fuerzas
no me permitían el subir y bajar un 3000 y luego continuar el pasar a Francia
con las botas a punto de romperse.
Es obvio que sigo condenando la violencia
etarra, todo tipo de violencia terrorista, y también todo el daño extensivo que hizo lo mediático
con ella.
Con el paso de los años las cosas socialmente han
cambiado y vamos en una dirección convergente hacia la convivencia pacífica.
Eso será lo que yo creo y espero.
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