Uno de los temas que siempre me ha traído de
cabeza es el del debate del agua y su gestión, pues a pesar de la importancia
que debería tener en España por el clima al que está sometida la mayor parte de
la Península, y trato de seguir su actualidad en lo posible.
La última ocurrencia que le leído ha sido la de crear una
una playa artificial en Alovera (Guadalajara), en el Corredor del Henares y muy
cerquita de Madrid, la más grande de Europa he leído (cómo nos gusta esto de "lo más de Europa") y con su glamour tropical y tal … pero al llamarla ocurrencia, se entenderá que estoy
en contra…
Pues no, sin embargo, a mí me parece perfecto
que se haga. Porque es una manera, artificial, sí, de dar salida a una demanda
de un… servicio natural que ha sido destruido en Madrid (y ahora lo explicaré).
El hecho también es que por ejemplo en Francia
hay muchos de estos lagos arficiales usados como playas… ya que los ríos de las
llanuras boscosas del centro y norte de Europa no son cristalinos naturalmente.
Las lluvias continuas, la descomposición de materia orgánica y la estructura de
los suelos hace que normalmente sean ríos turbios de manera natural. Y claro,
en ríos turbios apetece menos bañarse.
Los ríos naturalmente más claros son los de
las montañas, con crecidas de régimen nival que limpian los cauces de lodos, y
sobre todo los de zonas calcáreas pues actúan de filtro.
El mejor ejemplo en Europa... es el Soča, en
Eslovenia. Este es el Soča:
Aunque pocos pueden tener el Soča al lado de
casa. Por lo que, bueno, en Cuenca tenemos el Júcar…
Pero en Madrid ahora mismo no hay nada. Pero
no hay nada, no porque no lo hubiera, que lo había, sino porque el potencial
natural de Madrid y sus alrededores -de aquello queda casi solo El Pardo, como
reserva exclusiva de uso real y por esta misma razón- ha sido explotado,
sobreexplotado y arrasado. Los baños del libro “el Jarama” ya no son posibles.
Las prisas en el desarrollismo destrozaron el potencial
natural de Madrid en gran parte.
Así, la sobreexplotación ha extenuado los caudales de
todos los ríos del Guadarrama.
El Tajo en Toledo que antaño era y era motivo
de excursiones domingueras en tren para bañarse desde Madrid, se convirtió en
la gran cloaca nacional por el trasvase y el macrodesarrollismo de la propia
capital en los años 70 y 80, y actualmente es esto:
La Charca Verde en el Manzanares era el último
lugar donde se permitía el baño de los ríos de la Sierra de Guadarrama, donde
el baño se prohibió hace poco. Ya solo queda el Alberche gredense y ya veremos
hasta cuando (ya hay problemas en la zona talaverana)…
Río Alberche en Navaluenga (Ávila)
La solución real para esto, como para la
contaminación aérea, como para muchas cosas, era haber planificado mejor el
desarrollo de Madrid, antes de ponerse a construir.
La solución real era haber desarrollado esta
zona central de la meseta siguiendo el canon primigenio castellano de descentralización
multipolar en ciudades, y no copiando unos esquemas centralistas que nos eran
ajenos.
Así, se hubieran conservado limpios y con caudal el Manzanares, el
Guadarrama o el Jarama. Así, no habría que tomar las medidas de restricción de
tráfico por la contaminación del aire. Pero con el patrón de desarrollo seguido
por Madrid en los siglos XIX y XX, esto ya es imposible.
Puestos así, con este panorama en la
aglomeración madrileña, sí, por supuesto me parece es “buena idea” la de la
playa artificial en Alovera para poder satisfacer esa necesidad de refrescarse
durante el más que ardiente verano mesetario.
Los embalses de la cabecera del Tajo, antaño
muy limpios y rebosantes, hoy día están esquilmados por el trasvase a Murcia y
Alicante -otro territorio sobreexplotado-, no tienen remedio de momento. Por lo
tanto Madrid le queda el mencionado Alberche, las alternativas de playa
valenciana a 380 kilómetros, o piscinas privadas llenadas a base de desecar
ríos de Guadarrama, o el siguiente: el Sorbe. Que es el que debería llenar esa
propuesta piscina artificial en Alovera. Y que es la alternativa que les queda
a los urbanitas madrileños para poder bañarse al aire libre a menos de una hora
de viaje.
Pero me quedo en este ejemplo de río cercano a
Madrid, el Sorbe, como “frontera” para plantear la cuestión de la despoblación y el desarrollismo
condensado, como “frontera” entre la “España vacía” y la “España
saturada”… el río que debería surtir la
playa artificial en Alovera. Los trasvasables y los trasvasados. Supongo que mi
conclusión que veréis venir es obvia: el desarrollo y la calidad de vida de los
territorios superpoblados no puede hacerse lastrando el desarrollo de aquellos
otros territorios que “han vivido por debajo de sus posibilidades” y que
albergan recursos naturales más conservados. No se puede desecar el Sorbe para
llenar una playa artificial en Alovera. Es como reproducir, en una metáfora a
pequeña escala, el conflicto países desarrollados-tercer mundo.
Pero supongamos que esto no se hace así.
Pongamos que las cosas se hicieran bien, y que el río Sorbe pudiera abastecer
sin problemas esa playa artificial.
Puestos así, lo apoyo: puesta en marcha de
avances técnológicos y de medidas más o menos artificiales – como puede ser la
playa artificial, las restricciones del tráfico en “la almendra” madrileña para
la contaminación aérea, medidas de depuración de aguas residuales… - para
resolver los problemas de los territorios de concentración humana y
sobreexplotación ambiental… estoy a favor, por supuesto.
Pero a su vez, medidas de conservación y de
desarrollo adaptado a las condiciones naturales en aquellos otros territorios
que se han mantenido –sea por falta de alternativa, iniciativa, o
convicción- más apartados del
desarrollismo sin riendas, en plan “prefiero ser un indio que un importante
abogado” que dice la canción de Extremoduro. Es buscar un
equilibrio, y no acentuarlo con políticas de pan para hoy y hambre para mañana, políticas de... "si no lo robas el río tú lo robará otro" que tan lamentables resultados trae en España.
Esta política que defiendo de búsqueda del
equilibrio quizá suene utópica para muchos… pero pienso que hay un territorio
autónomo en el Estado que sí lo está llevando a la realidad en lo posible:
Euskadi, poniendo la capital administrativa en Álava, su territorio más
despoblado, desindustrializando el centro de Bilbao y diversificando su
economía, a la vez que manteniendo su tradición administrativa de Diputaciones
Forales. Y creo que no soy el único en reconocer esos progresos en equilibrio
territorial cuando las ciudades vascas están recibiendo premios internacionales
de urbanismo y medio ambiente de manera continua (la última Bilbao hace dos
semanas).
Intentando aplicar ese esquema de equilibrio
en nuestra tierra se me ocurre incluso una idea como ejemplo, ahí al lado de
Alovera (y al otro del límite de C.A. , pero entiéndaseme, no tiene nada que
ver con ello ni sus colores políticos).
Creo que mejor que esa “playa artificial” en
Alovera, despersonalizada, desvinculada del río y de sus poblaciones
más importantes como una especie de playa tropical aterrizada en medio de la
meseta (o quizá además y aparte, de ese proyecto al que tampoco me opongo), sea
el recuperar bien el Henares en Alcalá (el último de los ríos madrileños que
conserva un estado ambiental digno) y crear en su llanura de inundación, hoy
día desocupada, y donde no se debería construir por ser llanura de inundación,
un parque fluvial con playa artificial, lagos, paseos, parque botánico o toda
la parafernalia que se les ocurra, combinando de alguna manera esa idea de
“parque acuático” con la recuperación del río y el vínculo cultural de los
habitantes y visitantes de Alcalá, como Ciudad Patrimonio, con su entorno
natural directo con el Henares y la primera Alcarria (Cerro del Viso), y que su
puesta en valor sirviera asímismo de concienciación y de freno a su deterioro
ambiental, de intentar parar el desarrollismo desconsiderado hacia el entorno,
una manera de decir: hasta aquí.
Llanura de inundación entre Alcalá y el
Henares
Solo es un ejemplo, una propuesta… en dirección a
establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia, como
dijera Delibes en su famoso discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua allá por el 75.